Influenciado por Cervantes.

Influenciado por Cervantes.

Cuando un niño llega a este mundo es como un lienzo en blanco, tan solo sabe llorar y amamantarse. Pero al transcurrir el tiempo, se convertirá en una persona u otra; dependiendo de la educación que haya recibido y del entorno en el que crezca. Puede absorber mucha información cuando es pequeño, el amor incondicional y el cariño no pueden faltarle para su buen desarrollo, pero a medida que crece y se va desarrollando, es necesario centrarse en la educación.


Cada niño es único, y tiene su propia idiosincrasia; dependiendo de las capacidades que tenga y de cómo ha sido educado en casa, podrá absorber más o menos los conocimientos que el maestro intenta enseñarle.


Es muy importante que los padres tengan en cuenta la educación de sus hijos, ya que el deber de los padres no sólo consiste en alimentar, vestir y darles un techo a sus hijos, tenemos que educarles, para que estén preparados para cualquier adversidad que puedan encontrarse por el camino. Además, el padre y la madre deberán ser figuras que no puedan fallar, es decir, que estén al lado de sus hijos para darles su amor y comprensión cada día, sin importar las circunstancias.

Los padres deberán implicarse en la educación de sus hijos desde que son bien pequeños, y desde ángulos diferentes, para que pueda tener un impacto positivo a medida que van creciendo. El sabio Salomón aconseja a los padres sobre el tema: Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de el, Proverbios 22:6. Versión reina Valera.


Hoy recuerdo con claridad meridiana cuando era niño, de manera muy especial el primer contacto que tuve con un cuaderno de petete y un lápiz de carbón de color amarillo. Fui creciendo y llegó el día de comenzar mi educación en la escuela pública, cuyo nombre jamás lo he borrado de la memoria: Escuela Primaria Almacigo Gordo. Tuve la buena suerte de caer bajo la tutela del maestro: Milton (Juan) Lajara Díaz, con el cual estuve hasta que alcance el quinto grado.


Al llegar al sexto grado, tuve que cambiar de escuela, fue entonces cuando mis padres me inscribieron en la escuela primaria: Máximo Gómez. Aquello fue un acontecimiento apoteósico, pues era la mejor escuela que había en mi pueblo. Recuerdo que todo el perímetro estaba cercado de maya ciclónica, había una cancha de baloncesto, un gimnasio bajo techo, una cocina gigante, un comedor con capacidad para algunos cien alumnos, una biblioteca, y un director a prueba de todo. Su nombre: Carlos Mackinney.


El profesor Mackinney como todos los alumnos le llamábamos, cuidaba la escuela como si fuera su casa, todos los días en la mañana tenía la rutina de revisar el perímetro de la escuela metro por metro, para ver si había basura o si la cerca de la escuela tenia algún rasguño. Luego supervisaba la formación de sus alumnos, qué formados en fila india izaban la bandera mientras se cantaba el himno de la patria. Era un maestro admirable, que diariamente motivaba a los muchachos para que practicaran el baseball, nuestro deporte nacional.


Otra de las cualidades que tenía el profesor Mackinney, era que al acercarse el mes de enero comenzaba a seleccionar a varios alumnos, para el desfile rutinario hacia el parque Marcos A. Cabral donde está el busto del padre de la patria: Juan Pablo Duarte y Díes. Uno de los alumnos tenía que declamar de memoria el juramento de los trinitarios. Esta selección normalmente era tarea de los maestros jefes de cursos. Recuerdo que en una de aquellas selecciones se mencionó mi nombre. Fue entonces cuando me enteré que estaban seleccionando a los más feos.


Yo tenía muy buena memoria para ese entonces, tan solo tuve que leer el juramento de los trinitarios dos veces, lo archivé en la memoria de tal manera que mas nunca lo he olvidado. El desfile comenzó, llegamos hasta el parque central y el profesor Mackinney se me acercó y me dijo: Tú representa a Juan pablo Duarte, la patria está en tus manos. Me agarró por los dos hombros, y me infundió seguridad. Allí también estaban las máximas autoridades de la ciudad esperando el desenlace de mi discurso. Cuando la banda de música terminó de entonar el himno nacional, la profesora Sonia Mackinney, hermana del director me presentó. Saludé con seguridad y comencé a declamar el juramento de los trinitarios.
Una salva de aplausos cerró mi participación.


Ese mismo día el profesor Carlos Mackinney me regaló un libro maravilloso titulado: Don Quijote de la Mancha, del célebre autor: Miguel de Cervantes Saavedra. El libro tenia caratula dura y era usado. Recuerdo que casi no entendía la narración de cervantes, Mi madre me alentaba diciéndome que estaba escrito en el español antiguo, pero yo sabía que algo más profundo había en tan famosa obra.


Una mañana cualquiera, me acerqué al profesor Mackinney para darle las gracias por el libro, aproveché para decirle que me explicara algunas cosas de la introducción, el agarró el libro en sus manos, le dio una ojeada rápida y me preguntó: ¿Tú está con Espirman Castillo? Yo le contesté que él era mi profesor de historia, pero que su hermana Sonia, era mi jefa de curso. Entonces me dijo: Agarra al profesor Espirman en recreo y dile que te explique.


Como niño bien mandado hice lo que el director me había ordenado, el profesor Espirman Castillo me explicó algunas cosas, pero yo no quedé satisfecho. No fue hasta que llegué al liceo Francisco Gregorio Billini, cuando me enteré que para entender a Don quijote de la mancha, hay que saber algo o mucho de la mitología griega. Confieso que desde entonces me aferré a la mitología griega, entonces pude entender muchas cosas que Cervantes habia encriptado en tan importante novela caballeresca.

Pude entender el por qué Don quijote había confundido a los cuarenta molino de viento con el gigante Briareo, un Ecatonquiro que tenia cien brazos y cincuenta cabezas. A través del tiempo también he aprendido que el mismo Cervantes también fue influenciado por algunos escritores de la antigüedad, como por ejemplo: Ludovico Ariosto y su obra: Orlando Furioso, y por Lucio Apuleyo y su obra: El Asno de oro.


Estoy seguro que a muchos de mis contemporáneos le habrá pasado lo mismo, muchos se habrán quedado con la duda, o quizás ya no recordaran a Don quijote de la mancha. En cambio yo, todavía continúo bajo la influencia de tan noble caballero. Un poco más tarde encontré en un mercado de pulgas que se hacia todos los Domingos en la ciudad capital, muy cerca de donde estaba ubicada la lotería nacional. La primera obra escrita por Miguel de Cervantes y Saavedra. La Galatea, escrita en el año 1585. La compré por doce pesos, usada. Creo que el señor que me la vendió no sabía lo que tenía a manos.

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