La ciudad de Bani fue fundada el 3 de marzo de 1764. Bajo la gobernación del Capitán español, Mariscal de campo, Manuel de Azlor y Urries, cuando los vecinos compraron un predio a los dueños de «Cerro Gordo» por la suma de 370 pesos fuertes. En dicha negociación, participó Don Manuel Franco de Medina el cura párroco representando a los dueños, mientras que el general Pablo Romero representó a los vecinos.
Para ese año la zona contaba con unos 700 vecinos que tenían hatos ganaderos. La primera autoridad fue Juan Ruíz, designado gobernador del valle en 1740. Según Joaquín Incháustegui, por los años de 1789 Baní tenía 100 casas y 2,000 habitantes. El primer cementerio de Baní estaba ubicado donde se cruzan las calles Santomé y Libertad y estuvo funcionando hasta mediado del año 1828. Luego de esta fecha los difuntos eran sepultados en el cementerio viejo al lado del estadio de softball.
En el año 1805, luego del Sitio de Santo Domingo por el General Dessalines en intento de ocupar la parte Este de la Isla, incendió la ciudad de Baní, en su retirada hacia el sur. Reconstruida en parte, en el año 1810 se instala su primer ayuntamiento. De 1822 a 1844 Baní formaba parte del Departamento del Ozama, el cual en 1843 mediante los artículos 43 al 47 del decreto sobre División del territorio establecía que Baní era una común perteneciente al cantón de Azua.
La provincia sancristobal fue fundada por el sátrapa dictador: Rafael Leónidas Trujillo Molina en 1932. Con el nombre de: Provincia Trujillo, el cual fue cambiado por el actual después de la muerte del dictador. Desde la fundación de la provincia Trujillo, la ciudad de Bani fue un municipio de la actual Sancristobal, hasta que en 1945. El mismo dictador declaró a Bani como provincia y le puso el nombre de su padre: José Trujillo Valdez. Nombre que fue cambiado por provincia Peravia después de la muerte del Tirano. De manera que cuando usted se encuentre con un sancristobalense, o con un Azuano, puede saludarle con un apretón de mano, y un abrazo fuerte de ex compueblanos.
Pues fuimos azuanos por un buen tiempo, y Sancristobalenses por quince años. Hoy nos identificamos con orgullo, con nuestro gentilicio propio: Banilejos, si, así mismo como está usted pensando. “Siembra hielo” con amor propio. Por estas y por otras muchísimas razones, el mes de marzo cada banilejo en cualquier lugar del globo terráqueo donde se encuentre, celebra con alegría la fecha histórica de la fundación de nuestro hermoso pueblo. Hoy me encuentro lejos de mi patria, recordando cada día las sabias palabras de Neruda, “Cada emigrante viaja con su patria a cuesta”
Jamás podré olvidar la reverberación de las calles de mi infancia, cuando mis ojos de mozalbete campesino atrapaban con destreza acrisolada. La magia de la luz que se filtraba a través de las ramas de un laurel cualquiera. Cuando en cada esquina había un club cultural y deportivo, donde los munícipes se reunían para buscar soluciones a los problemas comunes, El arte, la música, la cultura, y la disciplina deportiva, eran nuestro norte. Cuando en cada hogar había un rinconcito repleto de literatura, y de antiguas fotografías de nuestros ancestros.
Nuestros abuelos eran verdaderos patriarcas, nuestros padres consejeros y amigos, y los maestros entregados en cuerpo y alma a la formación de valores con el lema: ¡Hacia la luz por el camino del saber!
La juventud rebelde reclamaba libertad, Libertad, Libertad. No importando el peligro que representaba la férrea dictadura, la prisión, y hasta la muerte. Aunque muchas veces tuviéramos que apagar la lámpara de tubo o la humeadora, para que Vaquerito y el gacho, esbirros de la dictadura, no supieran que había gente en la casa.
Jamás podré olvidar el soplar de las mariposas en pleno vuelo, cuando dibujaban el valle peraviano de colores vivos,
¡Tan vivos como mis recuerdos! El sonido de las olas al disolverse en la porosidad de un beso de arena, el arengar del canillita anunciando los periódicos en la esquina de Pijilo, y La glorieta del parque, repleta de músicos entonando el himno de la patria. ¡Quisqueyanos valientes alcemos, nuestro canto con viva emoción!
Tampoco podré olvidar él trinar de las aves, cuando rompían en pedazos él silencio propio del amanecer celestial de mi pueblo. Pueblo bañado por la voz del pregonero prehistórico, que anunciaba con sabor folclórico su Maní saladito, los aguacates maduros, las uvas dulces, Pastelitos con sabor a Chichí, el carbón que no chispea, Llegó el limpiabotas marchanta, las escobas de guano, las recuas de mulas propiedad de mis paisanos camino a las montañas a cosechar el café
El marotear de los mangos en cada conuco, los campanazos de la catedral, y los fuegos artificiales en plena fiesta patronales. Las hermosas batuteras de nuestro ballet desfilando con gracia infinita. Eran tiempos de hermosura donde reinaba su majestad la Paz.
Cuando el cantar de los gallos les anuncia a los humanos, que la vida continua. Que el alba se aproxima por la misma ruta, que comienza un nuevo día, en el compás perfecto de la azada y los surcos. Estas cosas se han perdido, han desaparecido, pero yo jamás podré olvidarlas.
Rescatemos el Bani de antaño agarrados de las manos, luchemos por la paz y la tranquilidad que hemos perdido. Vivamos el esplendor de este presente lleno de colores, con la educación y el respeto que hemos heredado del Bani en blanco y negro, volvamos a ser una sola familia como mismo la encontró Eugenio María de Hostos.
Y si la vida no me alcanza para ver a mi pueblo redimido, seguro estoy que lo veré a través de un soneto. Porque ya no soy más que un alma en pena que vaga sobre sí misma, Una nebulosa retrógrada en una galaxia lejana, Latitud perdida en el mapa extraño de este Norte revuelto, donde cada vez que miro al cielo, veo el mapa de mi patria tallado en las nubes.
Cuando ya no esté en este mundo, y me muestren el paraíso, si no se parece a mi pueblo me declararé estafado. Porque cada cerro de Bani es una antorcha encendida, el mar, una sinfonía de ternura, sus calles estrechas, una utopía, y cada uno de mis compueblanos, ¡Versos de amor en movimiento!